En un artículo anterior publicado en esta misma revista (Carrobles, 2012) hacíamos un extenso análisis de la situación actual en nuestro país de los programas de formación de los psicólogos especialistas en Psicología Clínica (PIR) y en Psicología General Sanitaria, tratando de mostrar las características de una y otra de estas especialidades y las ventajas e inconvenientes que la implantación de las mismas puede suponer para la práctica profesional de la Psicología en el ámbito sanitario. El artículo ha sido recientemente replicado por un grupo de psicólogos PIR (Sánchez Reales, Prado Abril y Aldaz Armendáriz, 2013), planteando algunas críticas al mismo y proponiendo un modelo de relación y de competencias para ambos profesionales muy distinto del sugerido por mí mismo. En el presente artículo, además de responder a las críticas que me hacen los autores, aprovecho el espacio y la ocasión para añadir nuevos argumentos y criterios para reforzar mi posición central en este tema, que no es otra que la de abogar por la autointegración profesional de la Psicología y por la extensión y la implantación social de nuestra profesión en el ámbito clínico y sanitario en nuestro país, donde tenemos aún mucho que aportar.